A lo largo de la
historia, la lepra ha sido una enfermedad temible y espantosa, porque su progresión
es lenta, dolorosa y visible. Hace no muchos años, las personas en Hawái temían
tanto la lepra que enviaron a todos los leprosos a la isla de Molokai. En los
días de Jesús también se les temía a los leprosos, y se les consideraba impuros
según la ley ceremonial judía. Eran marginados de la sociedad. Un leproso tenía
que gritar “¡impuro, impuro!” cada vez que pasaba junto a alguien o que alguien
se acercaba a él. Lo asombroso es que cuando un leproso se acercó a Jesús, Él
“extendió la mano y le tocó” (Mr. 1:41). ¿Cuál
fue el resultado? El leproso fue sanado de inmediato (v. 42).
Para
desarrollar la cercanía que demostró Jesús, aprende y vive estas palabras que
salieron de los labios y del corazón de nuestro amado Jesús. Así invitó a todos
y cada uno, y en especial a los marginados: “Venid a mí todos los que estáis
trabajados y cargados, y yo os haré descansar” (Mt. 11:28).
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