La primera contradicción que yo veo en tu ateísmo es tu
propia negación.
Hoy les traigo este análisis de la existencia de Dios, y
porque muchos niegan creer en El. Deseo que sea de su agrado y de interés, con
mucho cariño para ustedes. Bendiciones!
Estimado amigo: Dialogo contigo sobre la existencia de Dios
sin conocer las causas de tu ateísmo, pero parto del supuesto de que tú eres
ateo. En el fondo, puede que el no creer en Dios no sea más que la causa de tu
frustración al buscarle por caminos equivocados y no encontrarle. O puede que
hayas desembocado en el ateísmo como consecuencia del desengaño religioso,
porque hayan querido confinarte a Dios en los límites estrechos de una doctrina
particular o, tal vez, en los postulados de un partido político. No sé. De
todas formas, tú eres ateo. Y la primera contradicción que yo veo en tu ateísmo
es tu propia negación. Cuando dices que Dios no existe ya estás pensando en un
Ser concreto. Es decir, que en tu mente ya tienes definido al Dios que niegas.
Te ocurre lo que a esos famosos escritores ateos que se pasaron la vida
escribiendo contra Dios, como Voltaire, como Paine, como Ingersoll, como
Ibarreta, como Vargas Vila y como tantísimos otros. Pregunto: si Dios no
existe, ¿por qué combatirle? ¿Se pueden emplear vidas y talentos contra un ser
inexistente? Si se cree que Dios no existe, ¿se le puede concebir tan bien en
la mente y luego rechazarle? ¿No te parece todo esto un poco…¿cómo diría yo
para no emplear la palabra absurdo? Un poco… fuera de lugar. Por supuesto, yo
no pienso demostrarte aquí la existencia de Dios. A Dios no se le demuestra, se
le siente, eso es todo, se le vive. Lo que voy a hacer es esto: Entre las
muchas, muchísimas pruebas racionales que se han aducido para probar la
existencia de Dios, yo voy a considerar contigo siete, que es el número
perfecto. Nada más que siete. Y fíjate que hablo de pruebas racionales y no de
fe, porque parto del supuesto de que tú careces de fe. Son argumentos que ya
expuso Tomás de Aquino, entre otros autores religiosos y filosóficos. La
primera prueba es la del sentido común. La Bruyere decía: “Siento que hay un
Dios, y jamás siento lo contrario; esto me basta para deducir de aquí que Dios
existe”. Unamuno, con ser más violento que el francés en sus razonamientos, no
era menos lógico. “No es nuestra razón –grita desde el fondo de su “Sentimiento
trágico de la vida”- la que puede probarnos la existencia de una Razón Suprema…
El Dios vivo, tu Dios, nuestro Dios, está en mí, está en ti, vive en nosotros,
y nosotros vivimos, nos movemos y somos en Él”. Si estudias despacio el tema
llegarás a la conclusión que te pone ante los ojos Van Steenberghen cuando
habla de “Dios oculto”. Los hombres no se rebelan contra Dios, porque eso va
contra toda razón, sino contra el abuso que se ha hecho del nombre de Dios.
Averroes le llamó Espíritu creador; Aristóteles, Inteligencia que organiza;
Espinoza, Principio inmanente; Materlinck, Fuerza instintiva; Marx, Energía
material; Fitchte, Yo absoluto. Para Schelling, Dios se llama Naturaleza; para
Hegel, también Espíritu; para Schopenhauer, Voluntad; para ti, tal vez, Algo.
Todos esos nombres, amigo, valen para Dios y son, de hecho, el reconocimiento
de su existencia. La segunda prueba que te ofrezco es la que se deduce por la
jerarquía de las causas, que ya la expuso Aristóteles.El razonamiento es
sencillo: No hay efecto sin causa. La silla en la que estoy sentado la hizo un
carpintero, usando la madera que sacó de un árbol. Esta tesis se considera un
tanto anticuada, pero la verdad es que su argumentación es contundente. Si hay
causas creadas que producen efectos, forzosamente tuvo que haber una Causa
increada que diera origen a todas las demás causas y estas a los efectos. Nerée
Boubée, en su libro MANUAL DE GEOLOGÍA, dice con todo acierto: “Nada hay eterno
en la tierra; y todo, tanto en las entrañas del globo como en su superficie
exterior, atestigua un principio e indica un fin”. Ese Principio, esta Causa
Primera, es lo que llamamos Dios. Mi tercera prueba es también aristotélica. En
el mundo hay cambio, hay movimiento, y este movimiento nos conduce
indefectiblemente a una primera Causa no movida, a un Primer Motor. Las
ciencias físicas nos dicen que la materia es inerte. Luego si la materia es
inerte y el mundo material se mueve continuamente, es que hay un Principio
fuera de la materia que da vida al movimiento. Cuando Newton dio con las leyes
de atracción se limitó a sentar el hecho de la potencia atractiva, pero sin
decir que esta potencia estaba en la materia. Newton era creyente, y con toda
su ciencia dijo que no reconocía otra potencia que la de Dios. Dios explica la
existencia del movimiento y el movimiento es, a su vez, una prueba más de la
realidad de Dios. Ese Primer Motor que puso en marcha el movimiento del
Universo es también Creador y Ser Personal. Otra prueba de la existencia de
Dios es la idea que tenemos de lo infinito.Resulta curioso comprobar que la
mayoría de los ateos, especialmente los ateos teóricos, afirman que creen en
“algo”. Niegan a Dios, pero no pueden sustraerse a la idea de un Ser superior
al hombre. Cuando tú dices, usando un vocabulario de todos los días, que eres
un ser finito, estás dando a entender que hay otro infinito; cuando proclamas
que eres un hombre imperfecto, desordenado, injusto, defectuoso, impotente,
etcétera, estás admitiendo que hay Alguien que es perfecto, ordenado, justo,
sin defecto y potente. Ese Alguien no figura entre los hombres finitos, porque
en el ser finito ni se ha dado ni se dará jamás la perfección ni el poder
absolutos, luego hay que buscarlo forzosamente fuera de nuestro espacio,
precisamente en ese infinito que constituye una prueba más, de carácter
metafísico, de la existencia de Dios. “Este Ser –dice Newton- es eterno e
infinito, existe desde la eternidad y durará por toda la eternidad”. Una prueba
más de que Dios existe la veo yo en la realidad espiritual del hombre. Lee este
razonamiento de Cicerón: “El espíritu humano debe remontarnos a otra
inteligencia superior que sea divina. ¿De dónde hubiera sacado el hombre el
entendimiento de que está dotado?, dice Sócrates. Sabemos que a un poco de
tierra, de fuego, de agua y de aire debemos las partes sólidas de nuestro
cuerpo, el calor y la humedad que en él se hallan y el mismo soplo que nos
anima; pero, ¿dónde hemos encontrado, de dónde hemos tomado la razón, el
espíritu, el juicio, el pensamiento, la prudencia y todo cuanto en nosotros es
superior a la materia?”. La vida espiritual que manda sobre tu cuerpo material
te dice a gritos que hay Dios. Porque esa vida espiritual procede de Él. Tú
podrás negar a Dios todo lo fuerte que quieras, pero al pensar en Él, al
pronunciar su Nombre, le estás reconociendo sin darte cuenta. Si quieres otra
prueba de que Dios existe fíjate en la armonía del Universo.Hay movimiento,
pero es un movimiento regular, uniforme, inteligente. Hay belleza en el cielo
azul, en la puesta del sol dorada, en los Alpes blancos, en las praderas
verdes, en la aurora rosada, en la mar hermosa. Hasta el demoledor Voltaire,
abrumado por la evidencia en contra de lo que pretendía negar, dice en NOTES
SUR LES CABALES: “Si un reloj presupone un relojero, si un palacio indica un
arquitecto, ¿por qué el Universo no ha de demostrar una inteligencia suprema?
¿Cuál es la planta, el animal, el elemento o el astro que no lleve grabado el
sello de Aquél a quien Platón llamaba el eterno geómetra?”. En una encuesta
“Gallup” celebrada en los Estados Unidos para determinar la religiosidad del
pueblo americano, el 98 por ciento contestó que creía en Dios, y la primera
razón que dieron los encuestados para justificar su creencia fue el orden y la
armonía del Universo. “Estas obras visibles –dice San Pablo- revelan al
invisible Dios” (Romanos 1:20). Todavía me queda una prueba más a favor de la
existencia de Dios. Naturalmente, podría aducir cincuenta, cien más, pero no
caben en esta carta. Me resta espacio sólo para una, y luego he de terminar. Es
la que se ha llamado prueba de la finalidad o por la finalidady se ilustra
preferentemente con el ejemplo de la flecha. Tú disparas una flecha y ésta se
dirige invariablemente al blanco que tú le has propuesto. La flecha es un
objeto desprovisto de conocimiento, pero cumple su cometido porque tras ella
hay un ser inteligente, en este caso el arquero que la ha lanzado. En este
mundo en el cual tú y yo vivimos hay objetos y seres desprovistos de
inteligencia, pero tienden, cosa curiosa, a la realización de un fin concreto.
¿Te has preguntado alguna vez por qué? ¿Quién controla la dirección del viento,
quién orienta las olas del mar, quién pone a las hormigas en fila para que
trabajen en busca de alimento, quién sostiene las bridas que guían sabiamente a
la naturaleza? ¿Quién, amigo, quién sino Dios? He comentado contigo siete
pruebas que, a mi juicio, demuestran la existencia de Dios. Te habrás dado
cuenta que no he usado la Biblia para nada. He querido hablarte con sabiduría
de este mundo. Pero eso no significa que carezca de argumentos bíblicos para
apoyar el tema de esta carta. Aunque los autores de la Biblia no se entretienen
en probar la existencia de Dios, porque ellos dan a Dios por existente, te
decía en mi carta anterior que la Biblia tiene respuesta para todas nuestras
inquietudes. Y ahora quiero, con tu permiso, desandar el camino y plantearte
otra vez las mismas pruebas, pero con palabras de la Biblia. Nuestra prueba
primeratenía que ver con el sentido común. Es inútil decir que Dios no existe,
porque Su presencia nos desborda. “¿A dónde me iré de tu espíritu? –se pregunta
el salmista-. ¿Y a dónde huiré de tu presencia? Si subiere a los cielos, allí
estás tú; y si en abismo hiciere mi estrado, he aquí allí tú estás. Si tomare
las alas del alba, y habitare en el extremo de la mar, aún allí me guiará tu
mano y me asirá tu diestra” (Salmo 139:7-10). La segunda pruebatenía que ver
con la Causa Primera que dio origen a las demás causas y a todos los efectos.
El más importante efecto de la Gran Causa es el hombre, tú yo. Lee lo que dice
Job: “Tus manos me formaron y me compusieron todo en contorno…; como a lodo me
diste forma… Me vestiste de piel y carne, y me cubriste de huesos y nervios.
Vida y misericordia me concediste, y tu visitación guardó mi espíritu” (Job
10:8-12). Para mostrarte bíblicamente la realidad de la tercera prueba sobre las
leyes sabias que controlan y dirigen el movimiento del Universo tendría que
transcribirte casi todo el Salmo 104. Pero me limitaré a unos pasajes: “Él
–exclama el salmista, refiriéndose a Dios- fundó la tierra sobre sus
basas…Subieron los montes, descendieron los valles al lugar que tú les
fundaste… Tú eres el que envías las fuentes por los arroyos… El que riega los
montes desde sus aposentos… El que hace producir el heno para las bestias y la
hierba para el servicio del hombre… Hizo la luna para los tiempos, el sol
conoce su ocaso. Pone las tinieblas, y es la noche…” (Salmo 104:5-19). La
cuarta prueba, sobre una conciencia de lo infinito, está admirablemente
contenida en esta exclamación de Salomón con motivo de la dedicación del
templo: “¿Es verdad que Dios haya de morar sobre la tierra? He aquí que los
cielos, los cielos de los cielos no te pueden contener; cuanto menos esta casa
que yo he edificado?” (1ª de Reyes 8:27). Sobre la realidad espiritual del ser
humano, que es el tema de la quinta prueba, lee este pasaje del patriarca Job,
donde afirma con profunda convicción la supervivencia de un ser espiritual: “Yo
sé que mi Redentor vive, y al fin se levantará sobre el polvo. Y después de
deshecha esta mi piel, aún he de ver en mi carne a Dios; al cual yo tengo de
ver por mí, y mis ojos lo verán, y no otro, aunque mis riñones se consuman
dentro de mi” (Job 19:25-27). Para la sexta prueba, sobre la armonía del
Universo, la Biblia está llena de respuestas, de interrogaciones y de
exclamaciones, como esta del salmista, que, extasiado ante la belleza de la
Creación, dice: “Cuando veo tus cielos, obra de tus dedos, la luna y las
estrellas que tú formaste, digo: ¿Qué es el hombre para que tengas de él
memoria?” (Salmo 8:3-4). Y la última prueba, la que demuestra la existencia de
Dios por la finalidad de los seres y las cosas sin conocimiento, fue propuesta
por Salomón hace más de tres mil años. Lee este pasaje antiquísimo, que parece
escrito por uno de nuestros más famosos científicos de hoy, y luego medita su contenido:
“Generación va y generación viene –dice el autor bíblico-, mas la tierra
siempre permanece. Y sale el sol, y pónese el sol, y con deseo vuelve a su
lugar, donde torna a nacer. El viento tira hacia el mediodía y rodea el norte;
va girando de continuo, y a sus giros torna el viento de nuevo. Los ríos van a
la mar, y la mar no se hinche; al lugar de donde los ríos vinieron, allí tornan
para correr de nuevo” (Eclesiastés 1:4-7). Nada más por hoy, pásalo bien.
Leer más: http://protestantedigital.com/blogs/3119/Siete_pruebas_de_la_existencia_de_Dios
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