Nuestras emociones y deseos
frecuentemente son tomados por fe, y es muy fácil echarle la culpa a Dios cuando
no hay resultados de algo que ha sido puramente de la mente y no del corazón.
Una de las cosas más difíciles en el mundo es darse cuenta que la fe puede ser recibida únicamente cuando es impartida al corazón humano por Dios mismo, no puede ser fabricada. No importa cuánto nutramos y cultivemos el espíritu que el mundo interpreta como fe, nunca crecerá al tipo de fe que fue provista por Jesús. Cuando hablamos de nuestra salvación, es un asunto de fe y nuevamente Él nos da la fe para crecer. “Más a cuantos lo recibieron, a los que creen en su nombre, les dio el derecho de ser hijos de Dios” (Juan 1:12).
Es el mismo Espíritu Santo que convence al
pecador de su pecado, y se ocupa de que le sea dada suficiente convicción para
convencerlo de su salvación. Pero ningún hombre posee aquella fe. Le es dada por el mismo que
nos da la fe para nuestra sanidad física: ¡el autor y consumador de nuestra fe,
Cristo Jesús! Con cuánta frecuencia en un servicio de milagros he visto gente
consciente, luchando, forzándose, demandando a Dios que les dé la sanidad para
sus cuerpos, y con todo, no había respuesta. ¡Podemos creer en la sanidad!
Podemos creer en nuestro Señor y su poder para sanar. Pero solamente Jesús puede
hacer el trabajo que nos llevará a las cumbres de las montañas de la victoria.
Hemos hecho de
la fe un producto de nuestra mente finita, cuando todos los otros dones del Espíritu
se los atribuimos a Dios. Para mucha gente, sin embargo, la fe todavía es la
propia habilidad para sacarse las dudas y la falta de fe, a través de un
proceso de continuas afirmaciones. Hay una creencia en la fe, pero la fe es más
que creencia. Fe es un don. Jesús es nuestra fe, y es el dador de todo don
perfecto; es el autor y consumador de nuestra fe. La fe activa es creer sin
cuestionar, confiar y depender de Dios con toda confianza. La fe puede hacerse
tan real como cualquiera de nuestros sentidos.
Cuando recibimos
su fe también recibimos entendimiento. Cada cosa que Dios tiene para sus hijos
Él la coloca al alcance de la fe. Cuando Jesús habla no hay lucha, y las olas
de duda, ansiedad y preocupación desaparecen todas, y una calma gloriosa y
maravillosa entra en el corazón y la mente del que ha recibido lo que solamente
Dios puede dar. El único ruido será el de la alabanza y adoración, desde los
labios de uno que ha sido sano, en ese momento, por el toque sanador del Gran
Médico.
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