jueves, 30 de junio de 2016

La Fe es más que creer.


Nuestras emociones y deseos frecuentemente son tomados por fe, y es muy fácil echarle la culpa a Dios cuando no hay resultados de algo que ha sido puramente de la mente y no del corazón.




Una de las cosas más difíciles en el mundo es darse cuenta que la fe puede ser recibida únicamente cuando es impartida al corazón humano por Dios mismo, no puede ser fabricada. No importa cuánto nutramos y cultivemos el espíritu que el mundo interpreta como fe, nunca crecerá al tipo de fe que fue provista por Jesús. Cuando hablamos de nuestra salvación, es un asunto de fe y nuevamente Él nos da la fe para crecer. “Más a cuantos lo recibieron, a los que creen en su nombre, les dio el derecho de ser hijos de Dios” (Juan 1:12).

 Es el mismo Espíritu Santo que convence al pecador de su pecado, y se ocupa de que le sea dada suficiente convicción para convencerlo de su salvación. Pero ningún hombre posee aquella fe. Le es dada por el mismo que nos da la fe para nuestra sanidad física: ¡el autor y consumador de nuestra fe, Cristo Jesús! Con cuánta frecuencia en un servicio de milagros he visto gente consciente, luchando, forzándose, demandando a Dios que les dé la sanidad para sus cuerpos, y con todo, no había respuesta. ¡Podemos creer en la sanidad! Podemos creer en nuestro Señor y su poder para sanar. Pero solamente Jesús puede hacer el trabajo que nos llevará a las cumbres de las montañas de la victoria.

Hemos hecho de la fe un producto de nuestra mente finita, cuando todos los otros dones del Espíritu se los atribuimos a Dios. Para mucha gente, sin embargo, la fe todavía es la propia habilidad para sacarse las dudas y la falta de fe, a través de un proceso de continuas afirmaciones. Hay una creencia en la fe, pero la fe es más que creencia. Fe es un don. Jesús es nuestra fe, y es el dador de todo don perfecto; es el autor y consumador de nuestra fe. La fe activa es creer sin cuestionar, confiar y depender de Dios con toda confianza. La fe puede hacerse tan real como cualquiera de nuestros sentidos.

Cuando recibimos su fe también recibimos entendimiento. Cada cosa que Dios tiene para sus hijos Él la coloca al alcance de la fe. Cuando Jesús habla no hay lucha, y las olas de duda, ansiedad y preocupación desaparecen todas, y una calma gloriosa y maravillosa entra en el corazón y la mente del que ha recibido lo que solamente Dios puede dar. El único ruido será el de la alabanza y adoración, desde los labios de uno que ha sido sano, en ese momento, por el toque sanador del Gran Médico.

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