«No seáis como el caballo, ni
como el mulo, sin entendimiento» (Sal 32.9); en otras palabras: «No esperen que
yo los guíe en la forma en que ustedes guían a los caballos o a las mulas,
porque ustedes no son ni lo uno ni lo otro. Tienen entendimiento». Estaban dos
mujeres conversando en el supermercado y una le dijo a la otra: «¿Qué es lo que
te pasa? Pareces muy preocupada». «Lo estoy, me preocupa la situación en el
mundo», contestó su amiga. «Tienes que tomar las cosas más filosóficamente y
dejar de pensar», respondió la primera mujer.
Curiosa idea esta de que para ser
más filosóficos hay que dejar de pensar. Sin embargo, estas dos mujeres estaban
reflejando la forma de pensar del mundo actual. El mundo moderno ha dado a luz
a dos gemelos terribles: uno se llama falta de inteligencia y el otro carencia
de sentido. En contraste con esta tendencia vemos lo que dice la Escritura:
«Hermanos, no seáis niños en el modo de pensar, sino sed niños en la malicia,
pero maduros en el modo de pensar» (1 Co. 14:20). Notemos que Pablo por un lado
les prohibe que sean niños, y por otro les manda que lo sean, pero en
diferentes esferas. En lo que se refiere a la malicia, les dice que deben ser
tan inocentes como niños pequeños, pero en su manera de pensar tienen que ser
personas maduras.
La importancia de la mente
El uso correcto de nuestra mente
produce tres beneficios. En primer lugar, glorificar a nuestro Creador. Siendo
nuestro Creador un Dios racional que nos hizo seres racionales a su imagen y
semejanza, y habiéndonos dado en la naturaleza y en las Escrituras una
revelación racional, espera que usemos nuestra mente para estudiar su
revelación. Al estudiar el universo y leer las Escrituras estamos pensando los
pensamientos de Dios como él quiere. Por esto, un uso correcto de nuestra mente
glorifica a nuestro Creador.
En segundo lugar, enriquece
nuestra vida cristiana. No estoy hablando de la educación, la cultura y el
arte, que enriquecen la calidad de nuestra vida humana; estoy hablando de
nuestro discipulado cristiano. Ningún área del discipulado es posible sin el
uso de nuestra mente. Alabar es amar a Dios con todo nuestro ser, incluso con
nuestra mente. La fe es una confianza razonable y otro ejemplo de la manera en
que Dios nos guía.
En tercer lugar, fortalece
nuestro testimonio evangelizador. Con frecuencia nos preguntamos: ¿Por qué unos
no aceptan a Jesucristo? Podríamos dar muchas razones, pero hay una acerca de
la cual no pensamos lo suficiente: ellos perciben que nuestro evangelio es
trivial, no les parece suficientemente amplio como para relacionarse con la
vida real. Tenemos que recordar cómo evangelizaban los apóstoles, de qué forma
razonaban con la gente, y que basándose en las Escrituras muchos fueron
persuadidos. De hecho, Pablo define su ministerio diciendo: «Conociendo, pues,
el temor del Señor, persuadimos a los hombres» (2 Co 5.11). Utilizar argumentos
en nuestra evangelización no es incompatible con la fe en la obra del Espíritu.
El Espíritu Santo no hace que la gente llegue a Jesucristo a pesar de las
evidencias, sino que atrae a las personas a Cristo por medio de éstas, cuando
Él abre sus mentes para que las tengan en cuenta. Pablo puso su confianza en el
poder del Espíritu Santo, pero no por eso dejó de pensar y argumentar. El
antiintelectualismo es algo negativo y destructivo, insulta a nuestro Creador,
empobrece nuestra vida cristiana y debilita nuestro testimonio; el uso adecuado
de la mente glorifica a Dios, nos enriquece y fortalece nuestro testimonio en
el mundo.
La mente cristiana
Empezaremos por definir el
término. En primer lugar, se trata de la mente de un cristiano. Nuestra mente
ha sido manchada por la caída, también nuestras emociones, nuestra voluntad,
nuestra sexualidad. Pero cuando vamos a Jesucristo nuestra mente comienza a ser
renovada. El Espíritu Santo nos abre la mente para que veamos cosas que nunca
antes habíamos visto. Por lo tanto, la mente cristiana no es una mente que está
pensando sólo en asuntos religiosos, sino que es una mente que está pensando
aun hasta en las cosas más seculares ¡pero desde una perspectiva cristiana! La
mente cristiana busca la voluntad de Dios en el hogar y en el trabajo, en
nuestra comunidad, en cuestiones de ética social y de política. Una mente
cristiana es una forma de pensar, es una manera cristiana de mirar todas las
cosas, su perspectiva cristiana ha sido renovada por el Espíritu Santo. Es una
mente bíblica, porque está moldeada por presuposiciones bíblicas.
Los fundamentos del pensar
cristiano
1) La realidad de Dios
La mente cristiana reconoce a
Dios como la realidad suprema dentro y más allá de todo fenómeno. La realidad
del Dios viviente y el hecho de que la Biblia se centre en Dios son
indispensables para la mente humana. La Biblia es un libro hecho por Dios
acerca de Él mismo. Hasta se podría decir que es la autobiografía de Dios. Dios
se revela a sí mismo a través de las Escrituras. Se describe como Creador y
Señor, como Redentor, Padre y Juez. Por lo tanto, la mente cristiana es una
mente centrada en Dios.
Permítanme ahora pensar en dos
implicaciones de esta verdad. En primer lugar el significado de la sabiduría.
La sabiduría es un tema prominente en la Biblia. Creo que todos quisiéramos
tener la reputación de ser sabios. El Antiguo Testamento contiene, además de la
Ley y los profetas, una tercera sección llamada de literatura sapiencial que
consta de cinco libros: Job, Salmos, Proverbios, Eclesiastés y Cantares. El rey
David y el rey Salomón vivieron muchos, muchos años, con muchas, muchas
concubinas y muchas, muchas esposas; pero cuando llegaron a la vejez, con
muchos remordimientos, el rey Salomón escribió los Proverbios y el rey David
los Salmos. Estos cinco libros de sabiduría tratan los siguientes temas: ¿Qué
significa ser un ser humano? ¿Cómo es que el sufrimiento, el mal y el amor
forman parte de nuestra humanidad? Eclesiastés, por ejemplo, es muy conocido
por su estribillo pesimista: «Vanidad de vanidades, todo es vanidad» (1:2), o
«sin sentido, sin sentido, todo es sin sentido». Este libro demuestra lo
absurda que es una vida sin Dios. Es la falta de sentido de la vida humana que,
por lo tanto, ignora la realidad de Dios. Si la vida se reduce al pequeño
período de 70 años, con todo el sufrimiento y la injusticia que se obtiene, y
si para todos termina de la misma manera, entonces «sin sentido, sin sentido,
todo es sin sentido». Sólo Dios le puede dar sentido a la vida. Puede convertir
la locura humana en sabiduría. Sin Dios, no hay más que locura y futilidad.
Ésta es la tragedia del vacío espiritual del mundo hoy en día, y de ahí viene
el rechazo del secularismo por parte de la mente cristiana. El secularismo
niega la realidad de Dios y, por lo tanto, destruye la auténtica humanidad. No
solamente destrona a Dios, sino que también reduce el potencial del ser humano
a menos de lo que es su potencial. El ser humano sin Dios ya no es humano.
La segunda implicación de la
realidad de Dios es la preeminencia de la humanidad. La mente cristiana es una
mente centrada en Dios y, por lo tanto, también una mente humilde, debido al
carácter teocéntrico de la Biblia. De acuerdo a la Biblia, nada es tan vulgar
como el orgullo y nada tan atractivo y hermoso como la humildad que nos hace
inclinarnos ante el Dios viviente y recordar que Dios es Dios.
La historia de Nabucodonosor
(Daniel 3–5) es una gran advertencia para nosotros. Paseaba por el palacio real
en Babilonia y hablaba consigo mismo: «¿No es esta la gran Babilonia que yo he
construido con mi poder y para la gloria de mi majestad?» Notemos que él pedía
para sí mismo el poder, el reino y la gloria, exactamente la antítesis de la doxología;
y no debe sorprendernos que mientras estas palabras salían de sus labios, el
juicio de Dios cayó sobre él. Fue privado de su reino y echado del palacio.
Vivió con los animales y comió con ellos. Su cabello creció como las plumas de
las águilas y sus uñas como garras de aves. En otras palabras, enloqueció; y
solamente cuando reconoció que el Dios altísimo reinaba sobre los reinos de los
seres humanos, y elevó su mirada en adoración humilde frente a Dios, se le
restituyeron su razón y su reino. La moraleja es: a aquellos que andan con
orgullo, Dios los humilla. El orgullo y la locura van de la mano, y asimismo la
humildad y la razón.
En ningún punto choca tan fuerte
la mente cristiana con la mente secular como en esta insistencia en la
humildad. La mente secular desprecia la humildad, las grandes religiones
tampoco la recomiendan, y nuestra cultura está dominada más de lo que pensamos
por la filosofía del poder de Nietzsche, quien escribió acerca del surgimiento
de lo que él consideraba una raza que tuviese el coraje de dominar, que fuese
ruda, brava. De manera que su ideal era el superhombre, mientras que el ideal
de Jesús es el niño, y no hay posibilidad de compromiso entre esos dos ideales.
Tenemos que escoger.
La realidad de Dios le da a la
mente cristiana su perspectiva primera y esencial. La mente cristiana rehusa
honrar cualquier cosa que deshonre a Dios. Aprendamos a evaluarlo todo
basándonos en este criterio: da gloria a Dios, o toma de la gloria de Dios. Esta
es la elección, y explica por qué la sabiduría es el temor de Dios y por qué la
humildad es la virtud más grande.
2) La paradoja del ser humano
¿Cómo responde la Biblia a su
propia pregunta? ¿Qué es el hombre? ¿Qué significa ser hombre? Enseña por un
lado que el ser humano tiene una dignidad única como criatura hecha a la imagen
de Dios, pero por otro lado enseña que el ser humano también tiene una
depravación única como pecador que está bajo el juicio de Dios. Su dignidad nos
da esperanza, pero su depravación pone límites a nuestras expectativas. Así que
tenemos que mantener ambas juntas, y es aquí donde encontramos la crítica
cristiana a mucha de la filosofía política moderna. O son demasiado ingenuas en
su optimismo acerca del ser humano, o demasiado negativas en su pesimismo. Solo
la Biblia mantiene el equilibrio.
En primer lugar vamos a
referirnos al optimismo de los humanistas. Es verdad que se refieren al hombre
como nada más que el resultado de un ciego proceso de evolución pero, sin
embargo, tienen una tremenda confianza en el potencial de evolución que tiene
el ser humano. Creen que el ser humano va a poder tomar su historia en sus
manos y hacer él mismo, y aun su propia evolución. Esto es muy optimista y no
toma en consideración el egoísmo torcido de éste.
En segundo lugar, los
existencialistas —que tienden a ir al extremo opuesto— son gente llena de
pesimismo y aun de desesperación, porque dicen que no hay Dios, que no hay
valores. Nada tiene sentido. Todo es absurdo. Esa conclusión es lógica si
niegan la existencia de Dios. El escritor norteamericano Mark Twain, que era un
humorista pesimista, dijo: «Si pudieras hacer un cruce entre un gato y un
hombre, mejorarías al hombre y empeorarías al gato». Este pesimismo no toma en
cuenta el amor, la belleza, la hermosura, el heroísmo y el sacrificio propio
que han adornado la historia humana. Tenemos que evitar ambos extremos: el
optimista y el pesimista.
La tercera opción es el realismo
bíblico. De acuerdo a la Biblia el ser humano es una extraña y sorprendente
paradoja: es capaz de la más alta nobleza, pero también de las crueldades más
bajas. Puede comportarse como Dios, a cuya imagen fue hecho, pero también puede
comportarse como las bestias de las cuales tenía que ser diferente. El hombre
puede pensar, escoger, crear, amar, adorar; pero también puede codiciar,
pelear, odiar y matar. El ser humano es el que ha inventado los hospitales
donde se cuida a los enfermos, las universidades donde se adquiere sabiduría y
los templos donde se alaba a Dios; pero también ha inventado cámaras de
tortura, campos de concentración y bombas de hidrógeno. La mente cristiana
recuerda la paradoja del ser humano. Somos nobles pero innobles, sabios pero
tontos, racionales e irracionales, morales y al mismo tiempo inmorales, y esto
cada uno de nosotros los sabemos.
Vamos a aplicar esta paradoja del
ser humano a una serie de situaciones. En primer lugar veremos la cuestión de
la autoestima. Todos conocemos la gran importancia de la salud mental, de saber
quiénes somos. Algunas personas tienen un punto de vista muy exagerado con
respecto a su importancia, son gente orgullosa. Pero otros tienen una
autoimagen muy baja, creen que no sirven para nada, tienen paralizantes
complejos de inferioridad que se acentúan muchas veces debido a ciertas
enseñanzas cristianas, y nunca ven la dignidad de ser un ser humano creado a la
imagen de Dios.
La imagen de nosotros mismos
tiene su origen en el hecho de que hemos sido creados a imagen de Dios.
Sin embargo, el ser humano
también es producto de la caída, y es por eso que Jesús nos llama tanto a la
negación como a la afirmación de nosotros mismos. Lo que somos se debe en parte
a la creación y en parte a la caída. Hay cosas que debo negar y repudiar, pero
todo lo que soy por la creación y aun por la redención en Cristo no lo niego,
sino lo afirmo. Eso presupone la comprensión de la doctrina bíblica del hombre.
Ahora pasemos a los procesos
democráticos. Todos sabemos que la democracia tiene como meta ser un gobierno
del pueblo y para el pueblo; y cualquiera que sea nuestro color político, la
mayor parte de los cristianos la aprecian, quieren estar al lado de la
democracia, porque es la forma más segura de gobierno jamás inventada y refleja
la paradoja del ser humano. Toma seriamente la creación, la dignidad de los
seres humanos, ya que se rehusa gobernarlos sin su consentimiento. Les da a los
seres humanos participación en la toma de decisiones. Trata a los seres humanos
como adultos responsables. Por otra parte, la democracia también toma en cuenta
la caída, porque rehusa concentrar el poder en las manos de unos pocos. La
democracia reparte el poder y así protege a los seres humanos de ellos mismos y
de su locura. Esta es la forma en que Reinhold Niebuhr lo resumió: «La
capacidad del hombre para la justicia hace que la democracia sea posible, pero
la tendencia del hombre hacia la injusticia hace que sea necesaria».
Concluyo refiriéndome al progreso
social. ¿Es posible que haya progreso social en el mundo de hoy? ¿Puede el
mundo ser un lugar mejor? Algunas personas tienen una tremenda confianza en la
acción social. Sueñan con crear una utopía y se olvidan del incorregible
egoísmo del ser humano. Otras van al extremo opuesto, son tan pesimistas que
dicen que es imposible cambiar la sociedad y que no vale la pena intentarlo,
pero se olvidan de que los seres humanos aún conservan algo de la imagen de
Dios y que aun aquellos que no son regenerados pueden tener una visión de una
sociedad justa, pacífica. Casi todo ser humano, regenerado o no regenerado,
prefiere la paz a la guerra, la justicia a la opresión y el orden al caos. Así
que en cierta medida es posible el progreso social. Creo que tiene un cierto
grado de equilibrio afirmar lo siguiente: «Es imposible perfeccionar la
sociedad, pero es perfectamente posible mejorarla».
Veamos cómo Pablo nos recuerda la
paradoja del ser humano: «Porque ellos mismos cuentan de nosotros la manera en
que nos recibisteis, y cómo os convertisteis de los ídolos a Dios, para servir
al Dios vivo y verdadero, y esperar de los cielos a su Hijo, al cual resucitó
de los muertos, a Jesús, quien nos libra de la ira venidera» (1 Ts. 1:9-10).
Por un lado, el ser humano debería convertirse a Dios y ponerse a su servicio y
al del prójimo; en consecuencia contará con la ayuda de la presencia y el poder
de Dios para cambiar y mejorar su mundo. Pero por otro lado, no logrará
perfeccionar su mundo, porque la maldad humana seguirá operando y será juzgada
y eliminada por el Señor Jesucristo en su venida. Así que, servimos al Dios viviente
haciendo buenas obras y procurando cambiar y mejorar la sociedad, mientras
esperamos la perfección y el juicio final que traerá Jesucristo en su venida.
En resumen, debemos recordar
nuestro llamado como cristianos al «doble-escuchar». Es decir, la mente
cristiana estará atenta a la revelación de Dios para tener una perspectiva
realista y teocéntrica de la vida, y estará atenta al mundo para poder actuar
concretamente en la historia, haciendo el bien y combatiendo el mal. Una mente
cristiana no se ocupa solamente de Dios sin reconocer e involucrarse en la
realidad humana, no es escapista. Una mente cristiana tampoco se fija solamente
en el mundo de los seres humanos, ni trata de interpretarlos y cambiarlos a
partir de una perspectiva y recursos netamente humanos. No es ni optimista sin
fundamento, ni pesimista sin esperanza. La mente cristiana tiene que escuchar a
Dios y al mundo que la rodea.
Esta tarea de formar una mente
cristiana que escucha a Dios y al mundo no es tarea de cristianos solitarios.
Es más bien una tarea que requiere de una comunidad cristiana en conjunto. La
Iglesia ha de ser, en la práctica, una «comunidad hermenéutica». Parte de la
tarea de la Iglesia es escuchar la Palabra de Dios juntos para descubrir la
mente de Dios, y la realidad actual para entender lo que está sucediendo. Es en
este «doble-escuchar» a la Palabra y al mundo, y en compañía e interacción con
otros miembros de la Iglesia de Dios, que se va desarrollando una mente
cristiana. Que Dios nos conceda gracia para esforzarnos en pensar como
cristianos.
Tomado de la revista ANDAMIO,
Volumen III, 1996 (Postmodernismo, una perspectiva cristiana).
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